Para bailar en pareja no hay nada peor que tener un compañero que te resulte indiferente. Esta frase, que nos repetía siempre mi profesora de danza, refleja la esencia del baile: sentir, conectar, comunicar.
En la historia del baile han existido grandes parejas que se amaban, y otras, igual o incluso más grandes, que se detestaban. Aun estando en los dos extremos de los sentimientos humanos, ambos tipos de pareja tienen un elemento común: la “química”. Para bailar en pareja hay que sentir. Amor, atracción, odio… lo que sea, pero hay que sentir.
El baile en pareja es sobre todo interacción. También influyen en él otros elementos – el ritmo, la forma física o el oído musical -, pero el componente fundamental es la comunicación. Para bailar bien con alguien hay que entenderle con solo mirarle. Hay que poder anticiparse a sus intenciones y adivinar cuál será su próximo movimiento. Así, además de la indiferencia, el exceso de palabras es otro “pecado”: si la pareja necesita explicar lo que va a hacer, la magia se rompe.
La comunicación no verbal es la base de la danza. Para bailar hay que dejar al cuerpo hablar, tanto para hacerlo solo como acompañado. Y, cuando se trata de bailar en pareja, el cuerpo tiene que hablar, pero también conseguir que el compañero de baile entienda lo que está diciendo.
Cuando se comunica, en cualquier lugar y bajo cualquier circunstancia, no solo importan las palabras. Incluso a veces, como en el caso del baile, las palabras sobran, incluso estorban. El discurso más impecable se perderá si no se acompaña de mil pequeños detalles que van más allá de la palabra. Los gestos, la modulación del sonido, la mirada… los elementos que ayudan al bailarín a comunicarse con su pareja son los mismos que ayudan al que habla para que su mensaje llegue a quien escucha.
Bailemos. Solos, acompañados, con ritmos nuevos o viejos, pero no dejemos de bailar. Y de comunicarnos.
Actúa
Cristina Pérez
Ejecutiva de cuentas R&A